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Una de miedo


Pichirichi

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Hay un triangulo formado por tres pueblos Iznajar, Priego de Córdoba y Alacal la Real, donde hablan de centenares de suicidios:

 

El cortijo de los asombros

Misteriosas voces que llamaban a las víctimas, cortijos abandonados con prisa, cuerdas que colgando de las vigas de madera ilustraban dramáticos finales, espectros, aparecidos… Era el cóctel perfecto para hacer la maleta e ir a investigar…

 

 

La noche cae como una losa pesada sobre el paraje conocido como las Lastras. Hace frío. El viento, cortante como la hoja de navaja, acaricia cruelmente las ramas de los olivos y se desliza entre las copas de los chaparros haciendo sonar un silbido como de gaitas. En lo alto de la loma, un cortijo. Una tímida luz se deja entrever desde el interior de las ventanas superiores que dan a la era.

 

De pronto, se aprecia la silueta de una mujer de mediana edad que recorre, con respiración entrecortada, las estancias del cortijo buscando algo. Está nerviosa y llora. En una mano porta un candil. Tras unos momentos interminables, encuentra, bajo una espuerta de las que se utilizan para recoger aceitunas, una soga. La coge con decisión enfermiza y sube corriendo hasta la última planta. Allí la descuelga por una de las fuertes vigas de madera que atraviesan la estancia. Deja el candil en el suelo, sube a una silla y, tras anudarse la soga al cuello, balbucea unas palabras. ‘¡Ya voy, esperadme!’. Seguidamente le da una patada a la silla y queda colgada como un péndulo”.

 

Era la víctima número 14 de un misterio aterrador que aún sigue sin respuesta. Mientras viajabamos hacia la zona revisábamos los informes. Todos ellos hablaban de centenares de suicidios, casi todos utilizando una soga, y todos sin razón aparente. Bueno, sí… En casi todos los casos, las víctimas habían escuchado unas voces, unas extrañas voces que les iban llamando para que cruzaran el umbral de la muerte.

 

 

 

El triángulo de los suicidios

 

Las Lastras es un cortijal de unas 34 viviendas que se encuentra enclavado dentro de lo que se conoce como el “triángulo maldito de los suicidios” y cuyos vértices se encuentran en los pueblos de Alcalá la Real, Priego de Córdoba e Iznajar. El primero pertenece a la provincia de Jaén aunque apenas dista 50 km de Granada, y los dos últimos, a la provincia de Córdoba. Este extraño triángulo tiene el desgraciado récord de ser una de las zonas con más suicidios de toda España.

 

Nuestra primera cita fue con Antonio Jiménez, sepulturero del camposanto de Priego de Córdoba, quien con voz temblorosa nos dijo: “Hay un triángulo maldito en esta zona, está claro. Eso lo llevo escuchando desde que era un niño y ahora tengo 61 años. No se por qué será, pero está claro que algo raro pasa. Hace unos años yo también estuve a punto de hacerlo. Me metí dentro de un nicho con una escopeta llorando. Gracias a Dios ya pasó todo. Yo entierro todos los años a unas diez personas que se han colgado o se han pegado un tiro. Sin ir más lejos, la semana pasada enterré al último, un viejo que se colgó. Pero no sólo viejos se cuelgan ¡eh!, también lo hacen personas de 30 años y hombres igual que mujeres”.

 

El mismo Antonio, un hombre curtido por el aire de la serranía, nos contó un caso estremecedor: “Hará 30 años llegó al cementerio un hombre de mediana edad y, como tantos otros, llevó flores a las tumbas de sus familiares. El antiguo capellán de la zona le preguntó si se encontraba bien, puesto que hacía mucho frío y llevaba allí unas horas ‘hablando’ con sus difuntos. El extraño personaje le contestó que se estaba despidiendo.

 

El capellán le dejó estar y se fue a atender a otras personas que se encontraban en el camposanto, no sin antes escuchar una frase del individuo que, dirigida a las tumbas, decía: ‘¡Ahora nos vemos. Ya voy!’. Al cabo de unos diez minutos se escuchó un disparo. Encontraron al hombre tendido en la losa de mármol con un tiro en la cabeza. El suicida había puesto instantes antes su chaqueta a modo de almohada y había depositado una cubeta bajo la cañería de la losa para recoger la sangre. Después se tumbó, introdujo la pistola en su boca y se disparó.

 

No murió en el acto. Falleció días después en el hospital. Quienes fueron a visitarlo mencionaron que el extraño personaje les había citado al día siguiente mediante una carta para que acudieran a su entierro, puesto que se iba a matar”.

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Sige la Historia:

 

Aparentemente no había nada lógico que pudiera aclarar el alto índice de suicidios de la zona. Muchos de los psiquiatras que han estudiado el caso tildan este fenómeno de “rareza sanitaria”. Sin llegar a una hipótesis certera sobre qué es lo que provoca este comportamiento, los expertos barajan una serie de motivos que empujan a estas personas a tan triste final: trastornos psiquiátricos, especialmente depresivos y, lo más curioso, lo que el psiquiatra Antonio González Iglesias denomina “lealtades invisibles”, es decir, unas reglas incomprensibles que pasan de padres a hijos, un comportamiento interiorizado visto desde generaciones atrás como manera de dar solución a un conflicto. “Mi abuelo se ahorcó, mi padre se ahorcó y yo, en consecuencia, me ahorcaré también”.

 

Uno de los estudios realizado en la aldea de Las Sileras arroja como posible causa una mina de pirita abandonada ya que, según algunos expertos, de ésta mana una especie de campo magnético que influye en el comportamiento de los ciudadanos. Una hipótesis que se cae por su propio peso si tenemos en cuenta la cantidad de minas de este material que existen en España y no producen semejante problema.

 

Otra de las explicaciones, centrada en el pueblo de Priego de Córdoba, es el agua. Al parecer lleva un gran índice de yeso y provoca trastornos depresivos ya que influye directamente en la sinapsis que realiza el cerebro, provocando episodios de depresión. Otra teoría habla del pantano del municipio de Iznájar y de la climatología del lugar en general. Esta teoría aventura una explicación denominada “depresión melancólica”, enfermedad, al parecer, de transmisión genética y que conduce al suicidio a entre un 10 y el 15% de quienes la padecen. Sin embargo, Julio Vallejo, psiquiatra de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica, descarta tajantemente estas hipótesis ya que según él mismo nos decía, “científicamente está demostrado que no influye ni la climatología, ni el oxígeno, ni el entorno”.

 

Si las causas no son físicas, habría que buscar las explicaciones en otros ámbitos. Quizás las leyendas de la zona nos dieran respuestas…

 

 

 

El “hombre” de las uñas

 

Tanto el cortijal de las Lastras como La Carrasca, en Almedinilla (Córdoba), cuentan con una vasta colección de leyendas, la mayoría basadas en hechos reales, que los investigadores de la zona llevan años investigando y recogiendo curiosos testimonios de personas que habían vivido en estos sitios abandonados hoy día, en su gran mayoría, por miedo. La niebla que cubría el paisaje dándole un tinte de terror dejaba filtrar los primeros rayos de sol y, a la vez que templaban la temperatura, calentaban nuestro ánimo. Circulábamos por una carretera que, poco a poco, iba convirtiéndose en pista de tierra mientras subía por una empinada pendiente hacia el interior de la sierra. A un lado y a otro miles de olivos cargados con el fruto dispuesto ya para la cosecha.

 

Llegamos a Las Lastras. Todas las viviendas se hallaban abandonadas y en ruinas. Nada más coronar la cima nos encontramos con los primeros cortijos. Detuvimos el coche y nos pusimos a observar a través de las ventanas el interior de algunas de esas casas que aún se mantenían en pie. Aún había platos sobre la mesa y comida reseca en algunos de ellos. Las camas estaban desechas y los muebles revueltos. Parecía que aquellas casas acabaran de ser abandonadas.

 

Según afirman numerosos testigos, al pasear solo por esta casa al atardecer suele aparecer un ser de aspecto anciano, calvo por la cabeza aunque con abundante melena en la coronilla y con unas uñas tremendamente largas, que permanece sentado sobre las ruinas de la vivienda, como queriendo ocultar algo que yace bajo ella.

 

Un vecino de la aldea de Las Sileras, agricultor de profesión, nos narraba su experiencia en el lugar: “Estaba pastando a las bestias cuando empezó a oscurecer. Era verano y serían aproximadamente las nueve y media de la tarde. Decidí apresurar la marcha para llegar antes de que anocheciera al carril de asfalto que va a parar al pueblo cuando, al pasar por esa casa, escuché algo que me sobresaltó. Se que no eran imaginaciones mías porque las bestias se sobresaltaron también. Era una especie de bufido o gruñido, como el de un gato pero mucho más fuerte y más ronco. De repente giré la vista hacia el cortijo que había dejado atrás y vi esa cosa. ¡Por poco me muero del miedo! Estaba sentado sobre las piedras del cortijo. No era muy alto y tenía unas uñas enormes, grandes y enroscadas hacia dentro. Parecía muy anciano y no tenía pelo por arriba, pero por detrás de la cabeza le asomaba una melena muy grande. Me acerqué porque creí que era alguna persona mayor que estaba perdida o necesitaba algo. Aquí nos conocemos todos y nunca lo había visto. Así que supuse eso. Al acercarme, ese hombre se levantó y me hizo un gesto con la mano como para que me fuera. Le pregunté si necesitaba algo o si quería que lo bajase en un mulo al pueblo y me respondió con otro bufido, muy grave y muy fuerte, casi como si chillara. Entonces se levantó y empezó a venir hacia mí. Yo, por impulso, empecé a correr y él siguió detrás. Los mulos empezaron a encabritarse y no los podía controlar. Los solté y seguí corriendo. Calculo que estuvo como un cuarto de hora persiguiéndome entre los olivos. Cuando me calmé lo suficiente volví a por los dos mulos y me fui de allí como alma que lleva el diablo. Nunca he vuelto a pasar a esas horas por ahí”.

 

El lugar exacto donde aseguraban que se aparecía el extraño ser de las uñas largas estaba frente a nosotros. Por suerte, aquel día no decidió hacer su acto de presencia. Pero no hacía falta, el lugar era ya lo suficientemente lúgubre como para aconsejar que salieras de allí lo antes posible. Volvimos al coche y seguimos ascendiendo. Tras una curva, aparecieron dos cortijos más, también abandonados. Y un poco más allá, un tercero, otro “cortijo maldito”. En él murieron tres personas de una misma familia. Todas ellas oían voces entre los olivos que les incitaban a quitarse la vida.

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