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Victimas del Asfalto


Pichirichi

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Víctimas del asfalto

 

 

D.R.

 

 

 

Detrás de las cifras de accidentes que cada fin de semana, cada puente, cada desbandada urbana facilita escuetamente la Jefatura de Tráfico hay historias con nombre y apellidos. Experiencias muy distintas, como las de Alejandro, Asamara, Carlos y Antonio, con un desafío común: reconstruir sus vidas dramáticamente rotas.

 

 

 

1506 personas resultaron heridas graves en las carreteras el año pasado. 3.329 murieron. Sólo en el puente de agosto pasado se registraron 43 fallecidos.

 

550 personas quedan parapléjicas cada año debido a los accidentes de tráfico. El 75 por ciento son jóvenes. En uno de cada cuatro siniestros interviene el exceso de velocidad.

 

40 por ciento de las minusvalías que sufren los españoles han sido causadas por accidentes de automóvil. Hay 30 nuevos casos de lesión medular por millón de habitantes al año.

Isabel Navarro

 

 

 

 

 

«Fuera del hospital todo el mundo te mira. Y más cuando me dan de comer. Por eso quiero recuperar las manos como sea.»

 

Asamara Risco

 

No recuerda nada del accidente. Sólo que despertó en la cama de un hospital. «Lloraba, lloraba. No movía nada, no tenía sensibilidad alguna, no podía hablar por la traqueotomía y me sentía impotente.» Ahora sigue una rehabilitación para que la tetraplejia no la deje para siempre en una silla de ruedas. Son tres horas diarias de esfuerzos, de esperanza y rabia. «Con lo bien que estaba y ponerme así de mal de repente. No se sabe qué secuelas me quedarán –dice–. De momento he recuperado movilidad en los brazos, algo en los dedos de la mano izquierda, pero todavía no puedo coger un vaso de agua ni comer sola. No controlo cuando orino ni el esfínter.» Su tío dejó el trabajo para estar con ella. La abuela y el padre tienen depresión tras su accidente. Pero toda la familia está volcada en ella, y Asamara lo aprecia: «Antes no me daba cuenta, era más fría». Asamara, como sus compañeros del hospital, teme enfrentarse a la vida fuera de su actual entorno protector en Toledo. Recalca: «Aquí somos como una familia, cuando uno se va, lloramos, nos sentimos huérfanos».

A su vuelta a Tenerife ha decidido aceptar la oferta de sus padres y vivirá independiente en una casita que ellos le están haciendo al lado de la suya, una casa totalmente adaptada a su nueva situación, diseñada con la ayuda del servicio específico que ofrece el hospital. De momento vivirá ahí sola, y «sé que será difícil que encuentre a alguien que me quiera», añade.

 

 

 

 

«Un profesor al que admiraba me contó un lema que lo había ayudado mucho: 'Querer es poder'. Ahora es el mío también.»

 

Carlos Giménez

 

Tras el accidente, Carlos entró en coma. Tuvo traumatismo craneal y se quedó con una hemiplejia derecha y un temblor permanente en la mano izquierda. «Cuando lo mandaron a casa, empezaba a conocer, a decir alguna palabra. Pero no andaba. En aquel momento, yo iba a volver a trabajar como médico –dice su madre–. Lo había dejado para atender un tiempo a mis hijos. Dado que Carlos necesitaba una rehabilitación y una estimulación las 24 horas del día, no volví a trabajar y me encargué de atenderlo. Había que cuidarlo como a un bebé y había que enseñarle todo, a andar, hablar. Todavía hoy seguimos en rehabilitación con él.»

A los pocos meses del accidente, Carlos volvió al colegio en silla de ruedas para unas horas al día. Era importante que recordase y viese a sus amigos. Hoy, María Dolores se siente satisfecha de la evolución de su hijo: «Creo que hemos cubierto las mejores expectativas. Es verdad que está con profesores, que repite cursos, pero hace una vida, dentro de las expectativas que teníamos, lo más normal posible».

Carlos es el centro de atención de la familia. Todos los esfuerzos, incluso económicos, son para él. «Tuvimos muchos gastos y agobio, sobre todo cuando el seguro no se hacía todavía cargo de los gastos de rehabilitación, que eran 500.000 pesetas al mes. Empezamos a no gastar nada de nada, ni ropa ni viajes, nada que no fuera para Carlos.» Estas dificultades no dañaron, como suele ocurrir, la relación de pareja de los padres. Pero la hermana, María Luisa, decidió –seguramente influida por la situación– hacerse terapeuta ocupacional. Ella vela ahora para que sus padres no sobreprotejan a su hermano, lo que considera muy negativo para su autonomía.

«La mayor secuela ahora para mí es la memoria y andar», nos cuenta Carlos. «Ando casi bien, pero a veces me duele la cadera o la rodilla y luego tengo el problema del temblor permanente de la mano izquierda, y la derecha está afectada por la hemiplejia. Como solo, pero no puedo calentar un vaso en el microondas.»

«Voy ahora a un colegio normal –añade–, nadie me trata distinto, me exigen lo mismo que a los demás. Entre los chicos, unos me tratan bien, otros, no. Como ando raro muchas veces me insultan porque son niños. Mira, quien no quiera ser mi amigo, es su problema.»

«Yo, en el futuro, quiero vivir por mi cuenta. Claro, yo noto que mis padres lo quieren hacer todo por mí y yo cada vez les dejo menos. Luego está mi hermana, que les dice: 'No le hagáis todo porque lo vais a hacer tonto'. Un profesor al que admiraba me enseñó un lema que a él lo había ayudado mucho: 'Querer es poder'. Ahora es mi lema.»

 

 

 

 

«No consigo organizarme. Hago un esquema de lo que hay que hacer, pero cuando realizo lo primero, olvido el resto.»

 

Alejandro Fernán

 

Sufrió traumatismo craneal y fracturas importantes en ambas piernas. Se quedó en coma. Al despertar, 15 días después, no recordaba nada. Reconocía a sus padres, pero no a su mujer. Al cabo de dos años los psicólogos pensaron que ya podía reincorporarse al trabajo, pero no se acordaba ni de cuál era su trabajo ni de sus compañeros. Para que recordase, lo llevaron a su despacho, le enseñaron sus proyectos y los miraba asombrado. Sólo reconocía su firma.

«Me colocaron entonces en recursos humanos –cuenta Alejandro– reseñaba las ausencias y hacía las nóminas. Pero ahí también me perdía porque de un mes al otro se me había olvidado cómo hacerlas, aunque lo tenía apuntado en una libreta. Finalmente, me dieron la incapacidad laboral total y me mandaron para casa con el 55 por ciento de mi sueldo.»

Las cosas en casa tampoco eran fáciles. «No sé por qué, pero mi mujer quería cambiar de casa cada seis meses, a pesar de que los psicólogos habían dicho que yo necesitaba llevar una vida muy rutinaria. Nos fuimos a Las Rozas y a los seis meses mi mujer decidió que era mejor ir a Villalba; luego, que era mejor comprar un piso en Madrid, pero a los pocos meses me dice que hay que venderlo porque no podemos afrontar la hipoteca. Nos fuimos entonces a un piso de alquiler y a los tres meses me anuncia que quiere separarse. Fue duro porque me parecía que no me había portado mal. Ahora vivo en un pueblo de Toledo, en una casa que he comprado con una hipoteca hasta el año 2025. No llego a saber organizarme del todo. Hago un esquema con todo lo que tengo que hacer, pero cuando realizo dos cosas ya me olvido del esquema. Soy capaz de coger una hoja y apuntar todo lo pendiente, pero no soy capaz de seguirlo. Conduzco, no tengo miedo a conducir, pero no puedo hacer un recorrido mental del camino que voy a seguir. Para conducir desde mi casa a Madrid, a medida que veo los sitios voy dándome cuenta de que voy bien. Cuando me suena algo raro, es que me he equivocado y vuelvo para atrás hasta encontrar un sitio conocido.»

«Desayuno un café y una galleta. No me acuerdo si he desayunado. Sólo si veo la taza sucia en la pila sé que lo he hecho. Y si la taza es del día anterior, pues ese día no desayuno. Después del accidente no noto hambre ni sensación de saciedad. El domingo me voy a casa de mis padres. Si veo una película, la puedo seguir, aunque me olvido del argumento. Voy a un psiquiatra que me da pastillas para que no sea desagradable con la gente o agresivo con las palabras. Después del accidente suelo serlo a veces.»

 

 

 

 

 

«Las barreras arquitectónicas son tremendas. Pero las peores son las que te pones tú. Ésas hay que suprimirlas.»

 

Antonio Rodríguez

 

«A sólo tres kilómetros de la meta y yendo en primera posición en el Rally Raid de España sufrí un accidente que me provocó una lesión muy grave. Me rompí el esternón y la espalda por tres sitios. No podía respirar y pensé que me iba a morir.» Pero Antonio, cuya pasión en la vida es la moto, decidió, desde su cama en el hospital, que, a pesar de tener que ir en silla de ruedas como parapléjico, correría en motos de agua. Tres años más tarde, en 1993, es proclamado campeón de España de motos de agua. Detrás de esta victoria hay un empeño claro: no considerarse un minusválido por ser parapléjico. «Pienso que estar en silla es duro, pero no tanto como lo pinta la gente. La culpa de que la gente que está en silla esté mal la tiene a veces la familia. Te protege tanto que cada vez te dejan hacer menos cosas y llega un momento en que no eres capaz de hacer nada solo. Te sobreprotegen. En la silla, te caes muchas veces y lo que tienes que hacer es levantarte solo. Lo que no puede ser es que preguntes en un gran almacén dónde están los ascensores y no te contesten a ti, sino al que va contigo. Soy paralítico, pero no subnormal. Y eso pasa mucho.»

 

«Aquí, las barreras arquitectónicas son tremendas –añade– pero probablemente las peores te las pones tú en la cabeza y son las que tienes que suprimir. Tras el hospital volví a casa, vivía con un hermano. La casa no estaba adaptada y no la adapté porque pensé que los hoteles o las casas de mis amigos tampoco lo iban a estar y no iba a vivir recluido.»

Cuando vas en silla, te tienes que cuidar mucho, porque engordas al hacer menos ejercicio físico y tienes que mantenerte en forma. Yo, a pulso, salgo de la silla y me paso a la bañera donde he puesto una cama de niño para no dañarme. Luego me visto en la cama, me subo a la silla, y agarro el coche. Cada día hago dos horas de rehabilitación en casa y dos veces a las semana me entreno con la silla yendo por carreteras de una urbanización con fuertes subidas y pendientes. Mis padres me dijeron que me fuera a vivir con ellos, pero yo sabía lo que quería hacer con mi vida: correr con motos de agua. Y compito con gente normal. Voy a correr el París-Dakar con un coche y vamos a pedir a la Comunidad de Madrid llevar la bandera de nuestra comunidad en el coche. Me haría ilusión. Paso temporadas en Estados Unidos y mi novia viaja conmigo. Mi lesión no afecta a mi relación de pareja. También doy charlas a chavales y les explico lo importante que es el casco.»

 

 

 

 

 

 

 

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En primer lugar dedo decirte que no estoy en contra de lo que comentas, pero ....

 

Tengo más de un compañero, amigo y conocido que ha tenido infartos de miocardio por culpa del stress en el trabajo y para eso nadie, DIGO NADIE !!!! hace ningún tipo de campaña, mientras paguen impuestos TODO SEA POR LA CAUSA.

 

Salut i força al canut :unsure:

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